Bienvenus, wellcome, bienvenidos, benvinguts:
He aquí un elemento diferencial del espacio-tiempo que trata absolutamente de nada. Pero donde no hay nada, tiene lugar de todo, aunque todo no valga. Dediquemonos con delicadas o extravoltaicas formas de aristocracia: no hay nada más democrático que el placer.

domingo, 29 de agosto de 2010

La preciocité

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Café o té en mano -váyase usted a figurarse cómo fue- reapareció el tema de La Preciocité a nuestro salón. Fue entonces cuando me pregunté cómo había tenido la osadía y la vaguedad de no haber contribuido al círculo. Azótome mil y una vez por ello.

Lo cierto es que ahora que quería aportar mi granito de zafiro, no conseguía recordar todas las características, sutilezas y movimientos de tal corriente. Sorbo con meñique erguido; y tomo la oportunidad de desviar la conversación con la marquesa de Mag, la entendida en la Galia, haciéndole la pregunta directa: “Pero, ¿realmente qué razgos y características rigen al círculo de La Preciocité?

Con exquisitas maneras me recordó el origen de tal manifestación y cómo se caracteriza su obra; respondiendo, por supuesto, a mis peticiones.

Sintetizoos cómo se originó: Según la marquesa de Mag, otrora podíamos llamarla la filóloga, “La preciocité” –esbozad vuestro acento francés, s’il vous plaît- consistía en una manifestación cultural del barroco francés –después llegué a la conclusión que desde mi punto de vista, rococó- que aunaba y exaltaba las letras en el tono del arts gratia artis. En salones decorados in extremis se reunían los de nuestra casta, eran por obvio aristócratas. Y nos hace meditar. Sí, nos hace meditar la posibilidad de cierto movimiento decadentista en estado de latencia. ¿Qué otra cosa pues, si (electro)fobia y pavor sufrían por lo vulgar? Con todo esto, imaginen las exquisiteces que podrían contener esas caligrafías…

Nosaltres, no podemos ser menos y hemos retomado las costumbres de nuestros ancestros, rescatando del polvo del desván para traerla a nuestro salón,  La Preciocité –esta vez, traten de usar el ceceo-. Se ha exaltado tanto el hermetismo de su lenguaje –tanto que la propia Mag Gollightly afirma que debe ser traducido a los no-preciosos y a veces a los preciosos mismos- que podríamos hablar de la antítesis en el mismo concepto. Lo hiper-bello se deforma en grotesco, el habla andaluza más hermética se abre paso cómo agua en los Nueve Caños*, y los poemas adoptan el tema ora costumbrista ora bucólico como nuestro paisaje. Tal regocijo siento por tal manifestación absolutamente neobarroca que no puedo parar de aplaudir con mis pies. Espero no haberme excedido pues no quiero recurrir a Neutrógena más tarde. Pero, ¡qué diablos! ¡a toda la Cosmética si hace falta!

Con esta clase introductoria, para mí y para vosotros, cabe finalmente mencionar a los principales contribuyentes del mouvement: la ilustre marquesa, por supuesto; Adriana como manifestación maribeliana, así cómo algunas amistades más o menos peligrosas como la del oriente nipón u otras más cercanas.

Espero entonces, poder contribuir sin aspiraciones de alto rango a las obras de La preciocité –no dejen de recordar el ceceo como marca del movimiento actual-.

Márchome presto a volcar cual licor sobre cristal de bohemia las mías palabras a los papeles más finos.

*Los Nueve Caños: Fuente popular en el pueblo de Ubrique de uso potable caracterizada por sus 9 salidas de gran tamaño, por las que sale un agua a toda presión.

lunes, 23 de agosto de 2010

Oda a la testosterona

  

Cruz de miradas, initio de una lectura fugaz que abraza iris, pupila y retina. Aspiración en catarata. Aspiración catártica. Aspiración de espuma y océano que se abre colosal entre las 6 dunas que circuncidan una flor de loto; corona de un rey más abajo sensible.

Y en medio instante, un estallido térmico en las entrañas crece, se apodera y posee como una enredadera salvaje y sutil. Muslos y músculos se esculpen temblando de las maneras más hípicas. Magnas vibraciones, pulsos y aureolas que ni la más titánica de las resistencias puede evitar. Corpora et spiritus se doblegan en una exhumación de sudores pérleos, rocío de Eros sobre el bronce quimérico de un último sol vespertino.

¡Que crujan las tierras del suelo ahora infinito! ¡Altar primogénito receptor de este cuerpo!

Siente la caricia de la cálida arena esperando el lazo, la voluptuosidad y la suntuosidad de la carne. El segundo se hace lustro y los ojos abismos negros. 

Y agota la demora con manos firmes, casi de terracota, un Eolo que heroicamente devora la piel tornasolada con una brisa. Y con una brisa, apenas perceptible, saluda al rey; coronándolo esta vez con una perla acuosa; bandera y antesala del placer de la esperada visita.

El tacto se magnetiza y resbala sobre el otro. Curvas angulosas y volúmenes elípticos. Ahora trepa, se adhiere; ansiedad hacia a un pecho de masculinidad oval que cubre una miríada de pulsos, de torrentes esteroideos. En medio de el lazo, nace el líquido en una oratoria entre dos carnosas embajadoras.

Y en una vorágine de hiperritmia una nueva corona, esta vez una corona labial, se posa sobre el alfil real. Despliega la más agradable, húmeda y suave de las diplomacias. Arco y chispa. Suspiro y pestañas reposadas. Y una electricidad medular esferiza las nalgas y electriza al sacro en un movimiento ondular. Movimiento instintivo, autocatalítico. Movimiento que ora suave y ora animal elevan los alfiles transponiendo a sus reyes más allá de lo azimutal. Suspiro y pestañas extasiadas. 

Carga violenta, serpenteo descontrolado y una flambeante masa de olor gonadal aplastan, subliman y preparan los cuerpos de los amantes.

Los cuerpos son esplásticos. Los susurros extáticos. Y los suspiros hacen mil cánones con una Santa Teresa lejana.

Los hombres se doblan en la coronación, saboteados dulcemente como un Laoconte por los geles marfilados del placer.

Una magnolia chorreante ha nacido.

Pétalos, lava templada. Nívea pomada; por Afrodita es envidiada. Y votalizadas las hojas como la sangre es aclarada, las bestias pasan a ser mero espectro.

Desplomados los cuerpos son abandonados en un abrazo sedante. Helios, Apolo y Eros están orgullosos, y elevan a los héroes tras su proeza a la luz ciánica de la inocencia.