Bienvenus, wellcome, bienvenidos, benvinguts:
He aquí un elemento diferencial del espacio-tiempo que trata absolutamente de nada. Pero donde no hay nada, tiene lugar de todo, aunque todo no valga. Dediquemonos con delicadas o extravoltaicas formas de aristocracia: no hay nada más democrático que el placer.

martes, 6 de abril de 2010

Antonio, Cristina, Barcelona (II)

P2201399

La lluvia seguía arrojando sus agujas de agua a la ciudad y producía en nosotros una sensación incrementada de pérdida en aquellas calles, incluso cuando no salíamos de la principal.

la ropa se humedecía, y los ánimos se engrisecían. Cualquier cosa, cualquier cosa. Y acabamos en un vegetariano de formas buffet-libertarias.

Tras arrojar el ojo al iTouch donde no paraba de inspeccionar el google map con la intención de encontrar la combinación distancia-diversión para construir la ruta noctámbula; decidimos fomentar no el iphone, pero sí el phone. Llamada a doble-L y concretamos el encuentro en una parada de metro cercana a nuestro objetivo:

Polaroid, se mostraba con cierta heterogeneidad de personajes y elementos de decoración, todo homogeneizado por los agente aglutinantes de la música y de todo lo que lleva la marca de los 80.

Fichas de tetris que dan forma a muebles. VHS’s a modo de posters,lo mismo que diversas fotos siendo paridas de varias polaroids acompañadas por la sintonía y proyección de cualquier película de unos 20-30 años atrás. Los stencils de dibujos de marcianos de maquinita maquillan otra pared. Todo ornamento apropiado para un ambiente relajado, hedonista y paradojicamente casi familiar.

Esta visita al bar era todo un preludio de la visita a otro local de atmósfera mucho más roja, en alguna callejuela del Raval.

Moog estaba aún receptora de noctámbulos expectantes por una música hipnótica al más refinado destilado anfetamínico. Electrónica house no segadora de oídos.

Aparte del bar con sus luces de sombras y rojo, y del pozo que ejercía de pista de baile; unas estrechas escaleras en penumbra parecían subir desde el infierno al cielo. Porque lo cierto, bajar esas escaleras desde la planta superior, inquietaba tanto como adentrarse en el inframundo púrpura de tonos sintéticos que caracterizan esas horas.

Pero arriba teníamos a la noche vestida con su lado más hedonista, divertido y metamórfico combinando vestidos de ritmos ochenteros como con tejidos plenamente actuales. Sin quitar por supuesto, un poco de maquillaje kitsch. De este modo y manera nos presentaba a su modelo musical el maestro de ceremonias.

Este, por su parte, no quejábase lo más mínimo por su estencia en la claustrofóbica cabina de DJ, limitada por barrotes de jaula. ¿Quién no puede convertir estos objetos en fetiches de baile? Por supuestísimo, el no iba a ser menos y de hecho fue más, bailando alguna canción que ni Madonna con su radio.

Y así el estilista musical, con movimientos rococó introducía una por una los humos musicales en nuestros oídos. El público por su parte, no se quejaba y se multiplicaba por cuatro al verse reflejado en paredes recubiertas de plata. Bailes, euforia inducida por empaste melódico, o miradas sin fuerza al soplo del etanol. Pero también despertares pseudoetílicos levantados por los huesos de la envidia y los instintos más primarios de territorio. Copa al suelo y una falsa y ridícula Manuela Trasobares.

En fin… dejo la pluma de tinta roja, y me paso de nuevo a la blanca, vaya a haber daños colaterales.

Tras abandonar los halos etílicos en el ya bullicioso Moog, sin no por ello dejar la capa de la pre-resaca allí. Ya sabéis, es la única prenda que siempre te obligan a recoger en el guardarropas.

El metro ya esperaba nuestros pies, los de Mademe D’Azur y los míos, dejando atrás y en algún lugar de mi cabeza recuerdos de hedonismo en una noche fresca de Barcelona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ya sabes que eres libre para comentar...